ESNARES MAUSSA DIAZ
I
La noche se derramaba lentamente sobre la fría capital, el anciano de grueso bigote y piel de escamas, se asomó por la ventana y observó a través de las rejas de panal a los millares de personas que transitaban presurosos por la acera, era como una peste –pensaba-, todos viven en su propio afán. Sintió acercarse al joven, que al detenerse a su lado, preguntó: Abuelo, por qué en tu pueblo sí salen las brujas y aquí no?. El anciano sonrió y un sentimiento de nostalgia se apoderó de su rostro, de sus manos, de sus ojos, de su cuerpo. Ayudó a sentar al muchacho a su lado y le dijo:
Ya hace varias décadas que estoy en la ciudad, por suerte mi padre era un hombre bastante abierto y procuró que sus dos hijos fuéramos a la universidad.
El muchacho sonrió, -extrañas a tu tierra cierto-, aseguró en tono tierno, mientras daba una palmada en la espalda del anciano. Yo también me he preguntado, a donde se fueron las brujas?, si quieres te cuento algunas de las respuestas que me he dado, el muchacho notó la felicidad que reflejaba el viejo y aceptó más por no interrumpir ese placer, que por la historia misma.
Que los abuelos de los abuelos narraban historias extraordinarias, cada vez más extensas y cada vez más fantásticas, es cosa que saben a la perfección los nietos de los nietos de incontables generaciones latinoamericanas, -inició el anciano-. Esa fue herencia que nos dejaron los españoles, los cuales a su vez lo heredaron de los árabes, célebres narradores desde antes de las mil y una noches.
Muchos hombres y culturas se han dedicado al estudio de los cuentos y las leyendas, que representan verdaderos mitos en la idiosincrasia de los pueblos latinoamericanos. Al análisis de las funciones explicativas que tienen estas narraciones, sobre las diversas preguntas del hombre y su desempeño social. Toda esa rica tradición oral que caracteriza a nuestros analfabetas campesinos, hombres creativos y de grandes imaginarios, ha sido tan importante como la supervivencia misma de la cultura material.
¿Qué colombiano de antes de los sesenta no tembló de miedo cuando el mechón intentaba apagarse en medio del momento en que la abuela, tirando un escupitajo al suelo y revisando la calilla que volviera a meterse en la boca con el encendido hacia adentro, contaba con detalles como se acercaba al pueblo el “Jinete sin cabeza”?. Pero pobres los diablos que se atreven a venir por estos días a los sitios de los vivos.
En aquellos tiempos, cuando el estrés era un mal desconocido y para calmar la sed se regalaba chicha fresca endulzada con pura miel de abeja, cuando yo era niño; la familia se sentaba largamente durante muchos oscureceres con la muchachada de los vecinos, alrededor de las voces de mi abuelo y de un taburete de fondo roto, tan viejo como el que lo habitaba, pero menos viejo que las historia que contaba y renovaba con magistral narración. De vez en cuando interrumpía el grito agudo de la vecina que llamaba a sus chiquillos para que se fuesen a la cama.
Cada una de esas noches, con sus narraciones cargadas de valentía y heroísmo, estaban preñadas de aquellos hombres que se sobreponían a todos los embates y peligros nocturnos. A las fuerzas del mas allá; aferradas al mas acá, a fantasmas que vagan por los claros en las noches más oscuras, a las ánimas de mortales que dejaron asuntos pendientes en la tierra y ha pesar que de sus cuerpos solo quedan los corroídos huesos y un fino polvo negro; sus almas penan en los viejos edificios o en cercanías de sus féretros, brujas poderosas capaces de transformarse en “Patas paridas” con decenas de paticos, o en el peor de los casos; muertos perversos que asustan a los vivos que pasan cerca a los cementerios.
He aquí uno de los cuentos de mi tío:
“En el pueblo de Valparaíso, en la parte baja del caño viejo; los jóvenes se reunían cada tarde en la plaza, para patear en grupos las bolas de trapo que ellos mismos hacían y para contarse con sus mejores amigos las últimas andanzas y las noticias del día.
José Mauricio estaba entrando ya a sus años de mozo, gustaba vestir a la moda y en su cara se dejaba ver un incipiente bigote. Como los otros jóvenes, cada día mataba las tardes en los partidos de la plaza; durante años había escuchado a su abuelo, recientemente muerto, largas historias que le causaban miedo, miedo que no lo dejaba permanecer despierto o andar por el pueblo a altas horas de la noche.
Desde que recordaba solo conocía a su pueblo después de la media noche durante los dos días de las fiestas patronales, la casa se llenaba de familiares que se preparaban para festejos y borracheras. Acostumbraba a levantarse temprano por la madrugada para ir a cuidar de los pájaros los cultivos de cereales que su padre cosechaba, o para ir a buscar los burros que permitían a su padre trasladarse a la jornada de trabajo.
Ahora tenia diecisiete años, en las últimas fiestas había conocido a Sofía, una chica cuyo rostro lo convenció que la vista era el mejor de los sentidos, y que tenía ante sí a la mujer más linda del mundo, por ella valía la pena afrontar cualquier sacrificio. Indagando se enteró que estaba recién llegada y era sobrina del viejo Samuel, el viejo amargado que vivía en una de las casas en las afueras del pueblo, al otro lado de la quebrada.
Se convidó con uno de sus amigos y se fueron de visita, fueron recibidos, miradas fueron, miradas vinieron, y al cabo de poco tiempo José Mauricio y Sofía se ennoviaron. Es así como se veía pasar cada tarde al joven, con su ropa almidonada, oloroso a hierbas de finas fragancias, en busca de su linda amada; y regresar avanzada la noche, silbando canciones que componía con el alma.
Habían pasado tres meses desde que Sofía había dicho el sí a su galán, no había pensado en la opinión del tío pues en casa de sus padres siempre respetaban sus decisiones. Pero el viejo tenia planes para ella y no tardó en hacer notar su descontento.
Ante aquella oposición a la pareja, por un tiempo aparentaron haber terminado la relación, pero luego de acostarse la familia, Sofía salía hasta el largo patio, a encontrarse con su amado para dar rienda suelta a sus hormonas. Durante un largo tiempo a José Mauricio se le vio salir sigiloso a altas horas de la noche y en ocasiones se escuchaban de madrugada sus silbidos como si fuera una dulzaina.
Una oscura noche sin luna, en el cruce de la quebrada, el joven mozo que iba dispuesto a su faena; vio venir una gran sombra negra, se acercaba la fiera, un inmenso perro negro, de andar pesado y cola como culebra, hizo un rugido fuerte y de sus ojos brillantes y de su boca salieron chorros de fuego. El miedo y el espanto paralizaron al amante, pero al ver acercarse al monstruo, retrocedió espantado, y corrió tan rápido que en pocos minutos había recorrido, lo que normalmente gastaba horas de rápido andar.
Prefirió guardar cautela y abandonar algunos días sus visitas, pero por aquellos días varias personas del pueblo se encontraron con ‘el perro que lanzaba fuego por los ojos y la boca’ y en corto tiempo el temor se apoderó de los habitantes de la zona, temprana la noche, todos preferían dormir por miedo al monstruo, hasta en la iglesia las plegarias se destinaban a espantar al diablo que ahora merodeaba en busca de almas de los habitantes de Valparaíso.
Una semana después del encuentro de José Mauricio con el espanto, aun se sentía aterrado, no había contado a nadie lo ocurrido por temor a crear complicaciones a su amante. Había visto con sus ojos, lo que ahora era un mito popular.
Al décimo día pasó un par de veces por la casa de Sofía, a plena luz del sol intenso, cuando no se atrevía a salir ni el diablo. Había mirado los ojos de tristeza de su amada y la urgencia compartida por el placer de los cuerpos y aunque también había detectado la mirada desafiante de sus familiares, le había dicho sin cruzar palabras que esa noche regresaría.
Cuando el pueblo se durmió y unas cuantas luces delataban las casas, José Mauricio salió a desafiar las tinieblas para saciar las urgencias de la carne y proponer a su empresa de amor una fuga definitiva para quedar atado a los misterios de su amada.
Se armó de valor y de una afilado machete. Emprendió el camino hacia el encuentro incierto, cuando sintió la tensión del cruce de la quebrada, vio de nuevo la sombra inmensa, la figura gigante del lento perro negro, una vez cerca vio de nuevo salir las llamas de los ojos y de la boca del animal y escucho los repugnantes rugidos.
Pero el miedo por el espanto se convirtió en coraje y furia, en su mente estaba el ardiente deseo por tener a la mujer amada y la convicción de que ninguna fuerza de este mundo o del otro podría impedirlo. Se acercó al perro y sacó el afilado machete, lo levanta para dar muerte al animal, cuando de pronto escuchó la voz del viejo Samuel que le imploraba no matarlo pues era él quien había ideado el espanto para alejarlo de su casa y saliendo de un viejo forro de cuero negro vio la alargada bomba a presión para rociar insecticidas que le servia para expulsar el fuego.
José Mauricio aprovechó para negociar el que no se interpusiera en su relación con Sofía, a cambio no diría nada para no someterlo a la burla y el juicio público.
Y aunque desde entonces el viejo no usó mas su disfraz, en las andanzas de muchos de los habitantes de la región siguió apareciendo el ‘perro que lanza fuego por la boca’ y son muchos los que aun juran haber visto el espanto”
II
El anciano interrumpió la narración para recibir un pocillo de café que le ofreció una muchacha. Miró al joven para percatarse de que le interesara seguir escuchando la narración, prosiguió sin prisa y sin pausa.
Un gran enemigo natural de la bruja fue la luna nueva, las noches de claridad le impedían aventurarse. Pero el primer enemigo artificial en realidad fue la lámpara de mano, el foco de baterías. Muchos miedos y muchos espantos demostraron su temor al chorro de luz manipulado en forma certera.
Un segundo enemigo de la bruja fue la radio. Aquellos grandes relatos de los abuelos, fueron lentamente desplazados por las reuniones de adultos para escuchar la novela preferida, la música de moda y las noticias del día. Las primeras radios eran verdaderas moles de madera que compraban los señores, como señal de poderío, los campesinos se agrupaban alrededor de las casas y de vez en cuando esculcaban el aparato para buscar los hombrecitos que hablaban desde adentro.
Entonces las actividades alrededor del radio remplazó la reunión alrededor del abuelo, se presenta una gran ruptura entre los intereses de los adultos y los intereses de los niños y un aporte a la dispersión de la familia.
Cuando mediaba el siglo veinte y la tecnología alcanzara una proporción prodigiosa, empezaron a llegar al pueblo los primeros televisores, por esos días ya los campesinos no se espantaban buscando por donde entraban los muñequitos. Pero este aparato que reflejaba incluso los colores y exigía concentración en el audio y la imagen, relegó definitivamente las historias de los abuelos.
Estas muy variadas historias, eran adaptadas a las enseñanzas que se pretendiera afianzar: para no tolerar el adulterio en la familia, para que no se vincularan maritalmente entre parientes (prácticas con las que seguramente se obtendría como prole un ser con malformaciones o un fenómeno con cola de marrano), para fomentar el respeto por la jerarquía en la familia y para no permitir la deserción y la disolución de su núcleo, manteniendo una firme unión desde la ronda en la que participaba toda la familia y para la cual intervendrían las manos de los ángeles y hasta las del mismísimo Díos si fuese necesario.
La mayoría de esas historias están profundamente ligadas a la religiosidad popular, en donde no se diferencian teología, superstición y fe. Manifiestan la ignorancia reinante sobre aspectos que hoy conocemos a cabalidad; como los procesos de embarazo, parto y postparto, o enfermedades de las cuales nada se sabía y que hoy los adelantos de la ciencia nos permiten conocerlas mejor. Hay un profundo dogmátismo en las enseñanzas de las diversas religiones y especialmente los cristianos católicos y de las sectas protestantes, que predican a la población arraigando concepciones supersticiosas y de temor infundado, para garantizar el adoctrinamiento.
“ Vladimir es un campesino con figura de Don, por su apariencia imponente y porte elegante. A sus cincuenta y cuatro años, da muestra de haber sido acechado por las jóvenes de sus tiempos. Se había criado en un pueblo en la parte alta a orillas del río Sinú, siendo uno de los pocos que logró obtener estudios primarios durante su niñez, denotaba su cultura en su modesto actuar.
Motivado por conflictos políticos y en búsqueda de un mejor futuro en la educación de sus seis hijos, se trasladó a uno de los barrios de la capital estratificada. Allí por sus escasos recursos financieros, quedo catalogado con su familia como ciudadanos de segunda.
Acostumbrado desde su niñez a vivir en habitaciones espaciosas, familias grandes y comida abundante, abría de sentirse prisionero en aquellas casas pequeñas de la ciudad, quiso como siempre, convivir con muchas mascotas en su casa, un loro parlanchín, tres perros y dos gatos lo acompañaban ahora, siendo estos animales el motivo por el que pronto se viera en constantes conflictos con sus vecinos.
Ese día de la tragedia los rayos del sol habían traspasado su ventana pero la pereza no lo dejaba levantar. Se había quejado durante los últimos días de estar cansado y enfermizo. Su mujer, de baja estatura y apariencia frágil, le había recomendado visitar un brujo, a su parecer la forma como se estaba comportando últimamente, su cansancio persistente y su mal humor frecuente, significaban en su supersticiosa mente, que estaba siendo atacado en forma malévola por alguno de los vecinos.
Se levantó de mala gana por que oyó, a su hija menor gritar al abrir la puerta de la casa, seguida por su mujer, cuyo grito desesperado lo hizo apresurarse hacia la puerta delantera de la casa.
Entonces vio el paquete amarrado con fino hilo de lana y adjunto un ratón de gran tamaño, muerto y tieso, justo al borde de la puerta. -Es un maleficio, ya te lo había advertido- dijo la mujer y se esfumo hacia el interior de la vivienda. La niña miró asustada al padre, dio unos pasos hacia atrás y se fue tras la madre.
Vladimir tomó sin preocupación alguna el paquete, rompió los hilos y al abrirlos fue analizando el contenido, había unos mechones de pelo rubio, un poco de tierra negra húmeda, unos pequeños huesillos de animal y en el papel podían distinguirse unos extraños signos.
De pronto su rostro se contorsionó y se tornó rojizo, de su boca empezó a salir una saliva espumosa, perdió todas sus fuerzas se desplomó en el umbral de la casa.
Duró una semana inconsciente, perdió el habla y la sensibilidad en el rostro, la recuperación demoraría unos meses le habían advertido los médicos.
Su mujer se deshizo de los animales, frecuentaba darle charlas sobre su seguridad de que alguien estaba utilizando maleficios contra ellos y que todo esto era consecuencia de su incredulidad.
Recordó la historia que contaba su padre según la cual uno de sus mozos desobedeciendo la orden de no trabajar en semana santa y mucho menos utilizar los animales, ensilló un burro para buscar una carga de leña y revisar algunos cultivos. Apenas había salido del pueblo cuando se le vio corriendo como loco de regreso, contándole a los suyos que el burro le había preguntado por qué lo obligaba a trabajar tanto.
La Semana Santa es para rezar, decía siempre su madre, el diablo anda suelto y buscando amigos, los animales hablan y las plantas que se cortan votan sangre.
Pero la vida le había enseñado a Vladimir, que en este mundo hay que temerle es a los vivos y no a los muertos, que en la naturaleza las facultades no se transmutan y que hay un trasfondo en los hechos, así en algún momento no los podamos explicar.
Cuando terminó su recuperación, se encargo de poner en orden las cosas de su casa, trajo de nuevo las mascotas, estaba seguro de que hallaría al responsable del paquete, y así fue, tres semanas después, en medio de una noche de vigilia, vio venir a su vecino y acercarse en forma extraña a su ventana, lanzar un paquete, el cual esta vez recogió con cautela y llevó a un laboratorio para se revisado.
Efectivamente, pudo determinar que contenía alguna sustancia venenosa que producía los efectos que le sucedieron.
Acostumbrado como siempre a arreglar sus asuntos de frente y como hombre, regresó a su casa y de paso vio a su vecino sentado frente de la casa, ´prepárese que ahora mismo vengo a matarlo´, le dijo sin mutarse. Entró a su casa y se dirigió al armario donde guardaba un revolver, salió y vio al vecino en el mismo sitio, ´que le hacen mis perros que no puede decirme y por qué tiene que atacar a mi familia´, gritó y empezó a disparar los cinco proyectiles que dejaron sin vida al hombre gordo cuyo oficio conocido era la intriga ”.
III
Es importante analizar los cambios en estos cuentos a la luz del desarrollo de la ciencia y la técnica, ver su acción socializadora de la familia y del clan y su función ética de respeto a los ancianos y de proclamación de normas morales en sus contenidos, su función en determinado tipo de comunidad.
Quienes hemos vivido paralelamente en el mundo del campo y de la ciudad, podemos entender la utilidad de esas narraciones. Este país era hasta hace poco un país campesino, de economía agraria, o sea la mayoría de la población vivía en el campo. En un corto tiempo pasó a ser un país urbano, la mayoría de la población vive ahora en la ciudad y el ritmo de crecimiento poblacional en esas ciudades es muy acelerado.
Al urbanizarse el país, si es que así se puede llamar a la formación de decenas de barrios de miseria al rededor de los centros poblacionales, cuando los campesinos abandonaron los pueblos, las historias se fueron con ellos a las ciudades y ya no pudieron sobrevivir y competir con los medios audiovisuales en moda, mas concretamente con el televisor. Heridas de muerte nuestras renombradas historias vieron llegar la luz eléctrica al campo, vieron llegar la televisión encendida con baterías y paneles de energía solar y se pierden una a una con la muerte de cada biblioteca ancestral que significan nuestros ancianos.
Está expresado claramente en las mismas creencias sobre actividades sobrenaturales y pactos con los dioses o con los diablos. Es el caso de los Niños en Cruz, que son una especie de ánimas que sirven de ayuda para pelear, quien los posee será respetado por la comunidad, sobresaldrá por sus capacidades físicas en los tropeles, las riñas callejeras y las trifulcas de bailes. Es el prototipo del gran macho que galantea a las hembras, demostrando su capacidad física. Las mujeres se consiguen a las buenas o a las malas, todo depende del gran salvaje.
No hay fuerza humana que gane a quien controle estos poderes, solo las armas de fuego modernas, las balas rezadas pueden acabar con el portador.
Pero si de hacer un buen trabajo se trata y de lograr un alto rendimiento en las actividades laborales, entonces hay que recurrir es a los Animes. Estos son dos muñecos negros invisibles para las demás personas y que el dueño lleva siempre consigo en los bolsillos y ante cualquier tarea, cualquier actividad laboral ellos se encargan de hacerlo en forma que parezca que el lo realizó. Básicamente las historias de nuestros abuelos cuentan de labores del campo, se asegura que fulano, hacía en menos tiempo la tarea de machete que normalmente hacían dos o tres hombres, o que cortaba y recogía tantas cargas de leña como ningún otro en la región, que tenía gran capacidad a la hora de recolectar cualquier tipo de cosechas.
“Según el viejo Carlos, un hombrecito escamoso de poca habla que vive en la apartada del Peñón, hacerse a los Animes es todo un ritual, se empieza por invocar al diablo cualquier día de la cuaresma, por estos días anda presto a conseguir adeptos, se hace un pacto para el uso de la ayuda.
Es necesario conseguir dos huevos de gallina totalmente azul y enterrarlo en la raíz de un Florisanto. Se sacan al año y se rompen lanzándolos contra una piedra al tiempo que se anuncia para que se quieren.
El dueño deberá hacerse a ropa nueva antes de tenerlos, puesto que una vez con ellos, no podrá tener ropa nueva, ellos siempre se la romperán, el propietario siempre andará con la ropa descosida. También es parte del pacto brindarle a los Animes un animal para alimentarse cada año, los campesinos reconocen el ataque de los Animes puesto que revientan al animal en una forma característica, solo se le comen las viseras y el cerebro”.
También se conocen otro tipo de “ayudas”, por ejemplo los Azoques. Estos servían para caminar cualquier distancia a grandes velocidades: “ Tenía 12 años y vivía en el corregimiento de el Playón, mi tía Eufrocina vivía bastante lejos, de tal manera que para visitarla debía caminar más de una hora. Mi mamá estaba bastante enferma y me mandaron ha buscar no se que remedio, me fui en bicicleta para que fuera más rápido. Iba por el camellón del río, por la primera Bonga, cuando pase al señor Mañe, lo recuerdo bien por que lo saludé.
Cual sería mi sorpresa cuando al llegar a la última vuelta ante de llegar a la entrada de la finca de mi tía, vi de nuevo al señor que era nuestro vecino. Esto era imposible, yo venía a gran velocidad, me dio un miedo tan fuerte que se me heló el cuerpo, aceleré la cicla de mi hermano y llegué a hacer el mandado. Cuando llegue a la casa narré lo ocurrido a mi papá y recuerdo que me dijo que no me preocupara que cuando estuviera mas grande podría entender esas cosas”.
Estas historias se encuentran en todos los países del mundo, han sufrido las mismas metamorfosis de las sociedades. Se pueden estudiar los cambios y la formas de producirse, cada vez intervienen en ellas nuevos y modernos objetos y personajes. No es raro encontrar en los pueblos no alejados de las ciudades y en los mismos barrios marginales, personajes míticos y muy antiguos, utilizando armas modernas para ejercer las mismas prácticas heroicas. Así en estas narraciones suburbanas es posible encontrar a “La llorona”, montando un “Caballo sin cabeza”, o la bruja que se cayó del vuelo encandilada por un potente reflector eléctrico que prestaba uno de los gamonales del pueblo, únicamente para los días de fiestas. O la “Puerca parida” que amarrada a un poste de alumbrado público con un cáñamo rezado con agua vendita, prefería morirse de hambre antes que transformarse para revelar su identidad.
Las sociedades tecnificadas se han vuelto menos supersticiosas, por que iluminaron los campos y por que proliferaron las fuertes bebidas embriagantes, la destilación del alcohol para el aguardiente lo hace mas fuerte que la vieja chicha de maíz. O tal vez por que enfermaron de diferentes maneras las mentes de los hombres.
“Calixto es un joven que creció aficionado a los deportes, desde muy niño se escapaba de su casa para jugar al fútbol con los amigos de la cuadra, pero a los catorce años decidió que era el boxeo su verdadera pasión. Se dedicó entonces día y noches a extenuantes jornadas de prácticas, para lograr un peso ideal, la posición correcta, el mejor swing, el golpe perfecto y la evasión al ataque del contrario.
Así que pronto se encontró en medio de narradores radiales, comentaristas de televisión, medallas sin valor comercial, escenarios de fama, modelos y mujeres; como también en medio de celos ponzoñosos y dedicatorias celestiales.
El caso es que luego de varias peleas triunfales, de campeonatos ganados y escalones superados, llegaron momentos de desgano, las añoranzas del ‘mundo normal’ y las peleas perdidas. Sin duda el paso inexorable del tiempo y el peso de las agotadoras jornadas, hicieron su efecto, llegaron las recriminaciones de los entrenadores y los diagnósticos de sus amigos.
Calixto fue convencido de que había sido embrujado. Esos ratos de mala racha, eran producto de la envidia de mortales congratulados con los espíritus perversos, visitó entonces a un curandero que le recomendaron varios de sus colegas.
Brebajes y menjurjes hubo de tragar, oraciones en lenguas desconocidas, ayunos y limpiezas de intestinos; todo para espantar los malos momentos y atrapar la suerte. Pero que era la suerte, su preparación a conciencia o los embates de las roscas en el gremio. La suerte es una condición de otro mundo, está por fuera de la voluntad del individuo, es una energía favorable o desfavorable, es propiedad de dioses y de diablos.
Fue así como se dio cuenta que el gremio estaba lleno de fanáticos y supersticiosos, cada uno de ellos se encomendaba a gran número de divinidades de los mas variados orígenes y poderes, dioses que calmaban su cólera con las ofrendas de los seguidores y pagaban con triunfos toda la dedicación que se le hiciera. Y comprendió que su cansancio y su mala racha no era otra cosa que el peso de los años, que sus decisiones inoportunas y otra cantidad de aciertos lo tenían que sentar en el puesto que le correspondía, puesto que no conocía, pero se de algo estaba ahora seguro era que ese puesto estaba lejos de los cuadriláteros de boxeo.”
El anciano miró al lado y vio al adolescente dormido, miró el reloj que ya marcaba las altas madrugadas. Se sintió cansado pero prefirió terminar para sí mismo con estas palabras:
Decía mi viejo que a uno que madruga, lo aventaja uno que no duerma, y que las brujas no existen pero de que las hay, las hay. Es por eso que hace tiempo, cuando me pregunté a donde se fueron las brujas, llegué a la conclusión que ellas como los demonios y los dioses están dentro de mí.